Primero hay que decir que uno se lleva una ligera sorpresa con Mediterráneo. Sorpresa porque uno va con esos malditos prejuicios de los que no se puede deshacer por mucho que uno que se crea que no los tiene. Por eso es complicado enfrentarse a una película así, ¿quién puede ponerse en contra ella? Además, Mediterráneo está ejemplarmente narrada, con mucho pulso y ningún tiempo muerto; además, el problema humanitario está muy bien reflejado, otra cosa es el problema político – el quid de la cuestión – que es donde la película flojea más. La película se centra en la figura de Òscar Camps, intentando, no siempre consiguiéndolo, aflorar una parte oscura y contradictoria en su trabajo de salvamento. Para sorpresa de nadie, Eduard Fernández clava el personaje siendo uno de los motivos del buen emparque final que tiene la película. Pero, a pesar del tema, Mediterráneo es una película más de acciones que de reflexiones. Por eso, lo desdibujado tanto de la parte política como el trazo de algunos personajes secundarios evitan que Mediterráneo dé ese paso adelante para ser “otra cosa”. Pero, seguramente, este nunca fue el objetivo ni del proyecto ni de Marcel Barrena, que no es un neófito en estas lides, como demuestran 100 metros y Món petit. Mediterráneo existe, y existe bien, con su narración solida y sus efectismos (aunque menos de los que uno esperaba), sin caer en la trampa de la “necesariedad” de las películas. Para resumir, tiene todo el sentido del mundo que Mediterráneo esté nominada al Goya a la mejor película... y, a la vez, no tiene ningún sentido. Quizá la estrambótica decisión de dar/inventar un premio Goya a Cate Blanchett (???) ayude a comprenderlo. Recordatorio: una de las mejores películas del año (españolas o no) como es Espíritu sagrado no ha obtenido ninguna nominación a los Premios Goya.
Hablar de Maixabel es hablar de otra mujer: Icíar Bollaín. La directora, que ha vivido en el cine español desde bien pequeña, ha logrado una más qque solida carrera artesanal dentro de nuestra cinematografía. Y esto lleva a una reflexión aparte. Puede que la todavía (alarmante) ausencia de directoras españolas viene de una cierta idea de lo que es una mujer dirigiendo cine: películas de coming of age, de crecimiento, con una gran carga sentimental... No como técnicas competentes, como mujeres capaces de llevar el proyecto que sea, que no tiene que ser personal ni autobiográfico, a cabo. Seguramente, Bollaín no sea una “autora”, y sé que esto es absolutamente debatible porque solo hay que ver la importancia de los personajes femeninos que pueblan su filmografía. También es probable que la cineasta no me vaya a ofrecer una película que considere el mejor largometraje español del año, pero está claro que su experiencia y su buen hacer, más que demostrado, la hacen una creadora a la que siempre hay que acercarse. Apunte sin ningún interés: mis películas favoritas de Icíar Bollaín todavía siguen siendo Hola, ¿estás sola? y Mataharis.
La experiencia de Bollaín se nota en Maixabel. Es una película que sabe ser concisa y sobria, sin ser ni mucho menos fría, logrando huir de, quitando uno o dos momentos sin mucha importancia, cualquier efectismo innecesario. Su mirada es compasiva pero no injusta con lo que sucedió. Y aunque uno podría esperar una visión quizá más poliédrica, la película es absolutamente intachable en lo que cuenta y en la generosidad con que lo hace. Esa sobriedad tiene que ver conque, básicamente, es una historia de dos personas, de un plano/contraplano. Con lo cual no le hace falta hacer florituras ni fuegos artificiales. Pero, y aquí viene una diferencia importante respecto a Mediterráneo, que sea una película de dos no quiere decir que se deje de potenciar al resto, y toda una veterana detrás y delante de las cámaras como Bollaín lo sabe. Por ahí aparecen Urko Olazabal – todo un robaescenas y seguramente ganador del Goya al mejor actor de reparto el próximo sábado –, María Cerezuela y, en dos o tres soberbias pinceladas, María Jesús Hoyos para arropar, desafiar y enriquecer a la pareja de Luis Tosar y Blanca Portillo. Y sería injusto no nombrar la labor de Isa Campos, coguionista de Bollaín en esta película y colaboradora habitual de Isaki Lacuesta, que aquí se intuye que ha tenido una labor decisiva en una película que, a primera vista, se antoja muy diferente a sus trabajos habituales. Y aquí volvemos al carácter técnico/profesional de las cineastas, a veces invisibilizado. Respecto a la posible labor de Isa Campo en Maixabel hay que acudir, como es habitual, al estupendo texto de Jaime Lorite en Letterboxd sobre la película.
Aunque Maixabel no es una película que se podría considerar “radical”, tampoco es un trabajo fácil. Todavía es complicado mirar al futuro, sin dejar de recordar el pasado. Las heridas siguen ahí y no todos – aunque cada vez son más minoría – creen en un proceso (doloroso) de reconciliación y paz. El éxito de la película y la casi ausencia de polémica por su temática – pensemos en su estreno en otro año u otra época – hacen que uno respire de alivio. Y para ello hay que darle su mérito a una Bollaín que aunque no ha hecho una película redonda, pero sí una de las películas importantes sobre ETA, ha salido más que airosa gracias a esa experiencia y sobriedad con la que ha acogido el proyecto.
Apunte/Evento: el próximo martes 8 de febrero a las 20:15 estaremos debatiendo sobre la futura edición de los Premios Goya Antonio Sempere, Gonzalo Eulogio, Augusto González y un servidor en la Sede Universitaria Ciudad de Alicante (posible retransmisión en streaming).
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