14 septiembre 2010

Interpretaciones de cine: Michael Caine (Ejecutivo ejecutor). Siempre se puede ser un tiburón

La ambición tiene significados distintos. Se puede entender que uno ha alcanzado la cima cuando tiene una vida feliz rodeado de gente que le quiere (de verdad). Pero en tiempos de tiburones la ambición es tomada como querer llegar a lo máximo en tu trabajo, tener un despacho innecesariamente grande, altas dosis de poder y haber dejado víctimas en el camino. Si logras eso puedes decir que has triunfado. Y puede ser pero las cosas que dejas en el camino hacia ese paraíso son valiosas. Honestidad o bondad son términos no equivalentes con ser director general de una gran empresa. Y eso entiende el personaje de Michael Caine en Ejecutivo ejecutor.

Su Graham Marshall es un hombre razonablemente bien colocado en la empresa donde trabajo porque se lo ha ganado durante años. Ha ido trabajar puntualmente, se ha matado por su empresa, no ha pedido más de lo necesario... es la persona que debería estar al frente de un gran puesto. Desgraciadamente Marshall no es un tiburón. Es muy mayor para entender que lo que importa no es el talento ni el trabajo sino la capacidad de trepar por encima de los demás. Por eso el gran puesto de trabajo al que aspira es dado a un joven ambicioso sin muchos méritos en su expediente laboral. Pero no es tarde para Marshall, uno siempre puede ser un tiburón. Por eso decide que la forma “más honesta” de trepar es asesinar a los que le impiden llegar a la cima y tener una vida soñada. En realidad el método criminal no difiere mucho de los métodos acostumbrados para conseguir ascensos en las grandes empresas. Son igual de poco éticos.

Es obvio decir que Michael Caine es un grande. Porque puede ser un hombre sabio (Las normas de la casa de la sidra), un golfo aventurero (El hombre que pudo reinar) y un cabrón sin muchos escrúpulos (Asesino implacable). En Ejecutivo ejecutor muestra todas esas caras en una autentica exhibición. Es un empleado modelo, de vida mediocre que aguanta su aburrido matrimonio porque es incapaz de rebelarse ante nada. Y ahí Caine está sublime, como el perfecto señorito inglés que sigue su agenda al pie de la letra para poder llegar a casa a tomar el te. Pero cuando Caine es malo...es mejor. Sabe como ser despiadado y que incluso le apoyemos en su locura homicida al entender que es simplemente un hombre que quiere aspirar a trepar como cualquier hijo de vecino. Por eso asesina. Porque es la única forma que una sociedad competitiva y sin alma le ha dejado para poder sobrevivir sin perder la dignidad. Perdiendo el alma sí pero no la dignidad. Ejecutivo ejecutor es Michael Caine. Sin él la película acabaría un aceptable chiste de humor negro...pero nada más. Caine le aporta serenidad y clase a un personaje que en manos de otro actor sería el típico psicópata de turno. Caine hace que Graham Marshall sea un personaje que podría encontrarse en la época que vivimos. Un tiburón que quiere ascender en su vida y su trabajo y para ello debe pasar por encima de algunos. Literalmente por encima.

09 septiembre 2010

Riot Girls

 - The Runaways - (Floria Sigismondi, 2010)

Los primeros años en solitario de PJ Harvey dieron discos tan sensacionales como Dry o Rid of me. En ese principio, Polly Jean adopto una imagen (me refiero a la física no al contenido de sus trabajos) donde explotaba su sexualidad femenina equiparándola a cierta idea de la independencia de la mujer como estrella del rock. Recuerdo que en un articulo sobre la cantante (lamento no recordar su procedencia), la propia Harvey se medio arrepentía de dar esa imagen ya que, al final, acababa siendo más machista y equivocada de lo que se pretendía. Porque la imagen que se pretende dar de una cantante o banda de rock (especialmente si es del sexo femenino) acaba siendo un arma de doble filo en donde sólo el talento sobrevive al paso del tiempo.

El principal atractivo de The Runaways es observar la creación de la nada de un artificio que, en esta ocasión, toma la imagen de un grupo de rock. Y no se queda ahí la cosa sino que la banda en cuestión está formada por unas chicas adolescentes. De la película interesa el moldeamiento artificial y anómalo de unas “niñas” en las nuevas chicas malas dela ciudad. Y en esa labor Floria Sigismondi acierta al darle al film un tono sucio y antipático quitándole cualquier tipo de glamour a la carrera artística de la banda. También es un acierto la recreación de la época, especialmente de todo el mundo underground que rodea a las bandas noveles o de menos caché. La carrera hacia la gloria del grupo The Runaways acaba siendo victima, y a la vez fruto, de una época que pedía arquetipos y parodias de modelos ya conocidos (David Bowie o Iggy Pop, por ejemplo). En realidad lo mismo que en los ochenta, noventa... El mundo cambia menos de lo que parece y los lobos del marketing y el negocio musical siguen teniendo los mismos colmillos afilados.

El lado negativo de The Runaways es que cogen lo peor del marketing. La película acaba siendo demasiado superficial y gustándose de la “decadencia de postal”. Es verdad que es coherente con la idea de la película pero insuficiente para lograr un total interés. Al final el trabajo de los actores quedan en un segundo plano (voluntariosos Dakota Fanning, Kristen Stewart y Michael Shannon que hacen lo que pueden...o les dejan) porque sus personajes, y sus motivaciones, quedan enterradas en la imágenes (poderosas eso si) de Floria Sigsmondi. Si el grupo The Runaways vive de imágenes masculinas tópicas (lolitas rockeras con mala leche) la película acaba padeciendo el mismo mal. The Runaways evita el retrato psicológico tapándolo con dosis de rock, decadencia, sexo (bastante ingenuo) y drogas. El film de Sigismondi es interesante y disfrutable pero se queda a medias de realizar un buen retrato del fascinante y, a veces, vacío mundo de la música.

. Más juguetes rotos (José Arce, La Butaca)

La presencia de dos juguetes mediáticos involuntarios ─más Stewart que Fanning, ya adolescente y alejada de aquella niña prodigio que encadenó un enorme puñado de éxitos hace unos años─ imposibilita una mayor veracidad de la historia que nos cuentan, que no es otra que la de un puñado de niñas que se lanza al abismo de neón con total y absoluto desconocimiento en un cosmos peligroso, sugerente, auténtico, tan alejado de nuestra mortecina y clonada realidad artística que eones parecen separarnos de él

. La música es sólo una excusa (Beatriz Maldivia, Blog de cine)

La fotografía es bonita y la ambientación es un acierto —los parecidos con las auténticas músicas son asombrosos—, pero eso hace que la directora se recree demasiado en estos logros e incluya escenas que simplemente se aprecian por su belleza formal

La ternura de la salvaje insolencia adolescente (Luis M. Álvarez, Lunes de cine en la radio)

Sorprende gratamente encontrarse con un filme tan sincero como inteligente que no intenta manipular al espectador, sino que plantea conflictos y cuestiones sobre la legitimidad de convertir a un grupo de adolescentes en estrellas de rock