29 noviembre 2014

/ VR69 / Ghostwatch

La BBC es un canal que ha hecho historia en muchas ocasiones. Pocos podían imaginar que aquel 31 de octubre (la noche de Halloween) de 1992 sería una de esas ocasiones. Porque ese día ha acabado marcado dentro de la historia de la televisión como una jornada grande ya que se emitió Ghostwatch. Conducido por Michael Parkinson y escrito por Stephen Volk, el programa en cuestión era una especie de magacín en el que un equipo de periodistas investigaba un caso paranormal en una casa londinense. Todo realizado en directo (llamadas de los espectadores incluidas) y con todo el rigor y flema londinense. Y, por supuesto, los fantasmas aparecieron. En realidad sólo apareció un fantasma llamado Pipes y que, tras la emisión del programa, cobró la dimensión de un icono moderno del terror. Pero el programa no era “todo falso, salvó alguna cosa” que diría Mariano Rajoy. Ghostwatch era todo falso. El programa logró pasar por creíble gracias a su precisa realización, la sobria labor de Michael Parkinson y una inteligente racionalización de las apariciones y efectos paranormales. Pero no todos fueron aplausos al principio. Muchos espectadores protestaron airadamente acusando a la BBC de provocar en sus hijos (y en ellos mismos) auténticos traumas. La polémica estaba servida. Pero también la historia. Ghostwatch influyó (de manera consciente o inconsciente) en parte del posterior entretenimiento del terror (Paranormal Activity, REC, El proyecto de la bruja de Blair...) o en programas del misterio. Por ello el programa 69 de Vivir Rodando está dedicado a Ghostwatch. Con la inestimable ayuda de Pablo Vergel (@paolo2000) en el programa analizamos Ghostwatch, sus consecuencias, su legado posterior e incluso reflexionamos sobre el terror y el misterio en nuestros días.


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11 noviembre 2014

/ VR68 / Carlo Padial


©LdS
Negar que la realidad de nuestro país está cambiando es querer taparse con una venda los ojos. Y uno de esos cambios surgió, hace ya tiempo, en una nueva manera de hacer (y entender) el cine. Pocos medios para llevar a cabo sus historias pero también mucha libertad y ganas de abrir nuevos caminos. Uno de los principales referentes de esta ‘nueva ola’ es el barcelonés Carlo Padial. Escritor, cómico stand-up (actualmente con su espectáculo Yo sólo quiero ser yo), guionista, director... es muy difícil catalogar a Padial. Después de publicar con éxito sus libros Dinero gratis y Erasmus, Orgamus y otros problemas el cine llamó a su puerta (o él llamó a la puerta del cine). Y el mundo neurótico, divertido y terrorífico de Carlo Padial encontró una perfecta forma de expresión en su vertiente audiovisual. Sus dos largometrajes Mi loco Erasmus y Taller Capuchoc no dejan de ser las dos caras de una misma moneda y absolutamente complementarias (algunos de sus cortos se pueden ver en la plataforma Plat). Eso le convierte en autor con voz propia a pesar de su juventud. Por ello el programa 68 de Vivir Rodando está dedicado a Carlo Padial que cuenta con la presencia del propio director aprovechando su presencia en el pasado Festival de Sitges para presentar Taller Capuchoc. El escritor / director habla de sus dos largometrajes, su libertad para adaptar sus propias obras al cine o la llegada de una nueva forma de hacer cine entre otras muchas cosas. Además el programa cuenta con la opinión de la periodista y crítica de cine Desirée de Fez que da una valoración sobre el cine de Carlo Padial. 

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08 noviembre 2014

Física de la emoción


 Interstellar

Una película de Christopher Nolan | Estados Unidos | 169 minutos


©Warner Bros.
Algunos enemigos de Christopher Nolan le reprochan que su cine sólo es una fachada que sirve para impresionar al espectador más incauto. A pesar de intentar entrar en el terreno de la emoción con la relación ‘más allá de la vida’ de  Leonardo DiCaprio y Marion Cotillard en Origen y tras el trámite de finalizar su trilogía sobre Batman, el director británico se embarca en una película que en un principio no va a hacer otra cosa que agrandar su leyenda. Un viaje más allá de las estrellas, una epopeya sobre la supervivencia de la humanidad. Un proyecto grandioso y que, como se demuestra al final, le va tan bien a Christopher Nolan que no sólo lo lleva a buen puerto sino que además hace quizás su mejor película. Cuando uno lee que una película de ciencia ficción ha tenido asesoramiento científico a veces es mejor echarse a temblar. Porque ese asesoramiento lo utilizan algunas películas como un manto de credibilidad del cual se olvidan a los cinco minutos de empezar a rodar la película. Pero Interstellar es por fortuna otra cosa. Una cosa muy seria. Basada en las teorías del físico Kip Thorne la película no se corta ni un ápice en hablar de forma entre adulta y didáctica de agujeros negros y de gusano, quintas dimensiones y orbitas entre otros términos. Gracias a eso por mucho que lo que veamos sea increíble y apabullante todo tiene un halo de realismo (en una película destinada al gran público no olvidemos) que hace que Interstellar sea un hito. Pero lo que lo convierte en una película grandiosa no es eso.

El cerebro de Nolan, siempre activo y aparentemente frío (¿seguro?), quiere demostrar que su exhibición de la técnica está a la altura de su capacidad para emocionar. La emoción de Interstellar se sitúa en varios frentes: las relaciones padre-hija rotas por la distancia y el deber, el monologo de Anne Hathaway equiparando el amor a la ciencia (¡dicho por una científica!), el amor por esa tierra (el planeta y la materia) que está abandonando al ser humano... Y, obviando algún sentimentalismo de más, Interstellar logra epatar y emocionar casi de la misma manera. Una película que es un reto para el cerebro y el corazón del espectador. Una película que no quiere ni puede obviar su parte espectacular (la escena del acoplamiento) pero que tampoco quiere bajar su nivel de realismo (el sencillo diseño de los robots, la suciedad del traje de los astronautas...).  Película de aventuras, realismo social, ciencia avanzada, película del espacio, drama familiar... todas esas películas y alguna más están en Interstellar. No en vano su climax final se resuelve en una mezcolanza de amor fraternal y física que puede indigestar a unos y levantar la ovación de otros. Por ello Interstellar no es una película sencilla de digerir en un primer pase. Si referentes claros de Interstellar como 2001: Una odisea del espacio o Solaris son películas que necesitan más de una visión para comprender su grandeza lo mismo pasa con la película de Nolan. Si es un clásico lo decidirá el futuro. Ahora mismo sólo se puede celebrar la existencia de una película tan gigante, compleja, adulta y extraña como Interstellar.




● Guía de referencias (más o menos explícitas) para no perdernos en la galaxia de 'Interstellar' (GQ | Noel Ceballos)

Su cine está más cerca de la prosa que de la lírica, pero nunca se había entregado tanto a la poesía audiovisual como en algunos fragmentos de esta obra mayor, tan arriesgada y heroica que parece casi la ópera prima de un novato con mucho que demostrar, en lugar de lo nuevo de un cineasta al que muchos presuponían apoltronado

● Dentro del monolito  (Carlos Reviriego | El Cultural)

Interstellar recoge los testigos de Steven Spielberg, Andrei Tarkovsky y Stanley Kubrick sin renunciar al espectáculo cinemático habitual en el director de El caballero oscuro, y aunque a veces puede llevarnos por el sendero de la frustración y el empacho, incluso la ambigüedad, su último, interesantísimo largometraje -para este crítico el mejor de cuantos ha realizado- es infinitamente ambicioso: cerebralmente desafiante y emocionalmente satisfactorio

● El tiempo, la última frontera (Luis Martínez | El Mundo)

Desde el primer fotograma, la idea es convertir la superficie de la pantalla en el escenario de un sueño. Se trata de transformar la sala de cine en ese mismo agujero negro de antes para sencillamente transportar al espectador, y en un instante de cine inteligente y espectacular, al otro lado