¿El cine de Ken Loach o Fernando León se acerca realmente a la vida de los obreros, los parados o desclasados? Hay corrientes creen que este cine social (también depende de qué películas hablamos) tiene ciertas dosis de demagogia e irrealidad que le alejan de cualquier tipo de posible realismo. A veces intentar acercarte los que más sufren te aleja de ellos puesto que la realidad es prácticamente imposible de fotografiar. En otro orden de cosas tenemos un genero que siendo la antitesis de lo creíble y real, muchas veces, consigue que palpemos cómo siente de verdad el género humano. Me refiero al cine fantástico, refugio de unas libertades que no tienen otros tipos de cine.
En 1988 John Carpenter con Están Vivos se dispuso a estrenar lo que se podría considerar una gracieta (como son consideradas algunas de sus películas). Una película de alienígenas o zombies, otra más. El quid de la cuestión es que Carpenter se puso el mono de Ken Loach y queriendo (como persona inteligente social) realizó una impactante y acertada metáfora social. En realidad algo más allá que una metáfora, una visión de lo que debería ser la conciencia de clase norteamericana. Porque los “extraterrestres” tardan en aparecer. La práctica totalidad de la primera parte del film habla sobre las circunstancias terribles en las que viven la clase baja-media en Norteamérica. Bajo la excusa de la crisis (sí amigos, no sólo en estos tiempos hay crisis) las empresas fagocitan a sus trabajadores arrojándoles a la calle con nada. Eso sí es puro realismo.
Pero la parte fantástica no se queda atrás. Los extraterrestres son invasores que llevan años ocultos entre nosotros. Son los ricos, los poderosos, la clase alta que nos dominan y nos duermen impidiéndonos rebelarnos contra la situación (de miseria) que nos hacen llevar. Y sólo podemos ver su verdadero rostro (decrepito y horroroso) con unas gafas de sol especiales. En realidad Carpenter dice que más allá de la película esos extraterrestres viven entre nosotros. Igual que en el film nos dominan, nos obligan a consumir, a ver (mala) televisión, a seguir dormidos... El claro problema es que no llevamos gafas para ver sus verdaderos rostros. O quizá que no queremos verlos. Que no nos interesa usar esas gafas imaginarias porque estamos mejor dormidos y subyugados. En resumen, todo un puñetazo carpenteriano a nuestra realidad.
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