El verano siempre ha tenido la (mala) fama de estar lleno de blockbusters que muchas veces son de calidad dudosa. En cambio se habla poco de que el verano es una época donde se estrenan algunas joyas que por su contenido difícil no encuentran acomodo en otros meses del año. Una de estos diamantes en bruto es la argentina El hombre de al lado. Con un estilo frío deudor de un Haneke o unos Dardenne la película le suma un peculiar sentido del humor negro para construir una demoledor retrato sobre la realidad la clase alta burguesa.
La película narra como un triunfador arquitecto ve como su intimidad es invadida cuando su desagradable vecino construye una ventana enfrente de su casa. Como espectador ponemos el chip en clave trhiller estilo De repente, un extraño para ponernos al lado del supuesto bueno de la película. Pero El hombre de al lado no es un trhiller. En realidad tampoco es una comedia y un drama ya que su inteligencia trasciende a cualquier clasificación. Mariano Cohn y Gastón Duprat retratan con un ojo clínico la hipocresía, mediocridad y (en parte) violencia de una personaje (y una clase) cuya desconfianza y desprecio por los demás ayudan a crear un mundo peligroso para la humanidad. Rafael Spregelburd interpreta magistralmente a un cobarde que utiliza la mentira para sobrevivir y lograr que su mundo artificial siga existiendo sin ninguna invasión del exterior. El retrato se completa con el otro lado del espejo donde un descomunal Daniel Aráoz se come la pantalla con un personaje fascinante que durante toda la cinta no deja de ser amenazador pero cuya honradez y sinceridad acaba triunfando frente a esa clase tan pacifica (¿?) como amenazante que ejemplifica Spregelburd.
Además de un ataque lúcido e inteligente a una clase burguesa, acomodada e inhumana El hombre de al lado nos ofrece uno de los duelos actorales más apasionantes de los últimos años
Aunque a Cohn y Dupraz se les puede acusar de utilizar algún subrayado de más para reflejar la podredumbre del personaje de Rafael Spregelburd generalmente siempre acierta. Además El hombre de al lado nos deja algunos de los mejores duelos actorales vistos en años como son los que nos brindan Spregelburd y Aráoz a través de esas ventanas que reflejan dos mundos distintos. Mundos que nunca se tocan si algunos privilegiados pueden impedirlo haciendo lo que sea necesario.
. El agujero en la pared y un desencuentro inevitable (Fernando López, La Nación)
El film no ahorra mordacidad (en el fondo, lo más grave es que los dos tienen algo de razón) y es algo ambiguo respecto de sus simpatías, pero deja que los hechos que el guión imaginó, y que hacen progresar la acción más allá de algún titubeo ocasional, intensifiquen la sorda violencia hasta que en el patético giro final cada uno revele su verdadera cara
. Miradas a una intimidad mezquina (Julio R. Chico, La mirada de Ulises)
El guión es preciso en su construcción, con abundantes situaciones cómicas y todo un repertorio de gags que se suceden en el tiempo sin dar la sensación de acumulación ni de artificio -salvo el desenlace, algo forzado en busca de la puntilla crítico-moral–
. La verdad a la vista (José Arce, La Butaca)
La batalla anímica que se desarrolla en torno a la casa se despliega a lo largo de un metraje que aúna de modo peculiar tragedia, comedia y sátira global, un tortazo sarcástico cuyo cierre, a pesar de presentarse de modo un tanto forzado, funciona perfectamente con el resto del conjunto. Qué perra es la vida en ocasiones. Para todos
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