En una escena de la película
Summertime (2012, Norberto Ramos del Val)
Alba Messa y
Ana Rujas discuten sobre en qué festivales se verá la película que están rodando. Una de ellas cree que la película estará en los festivales más importantes del mundo mientras que la otra le espeta: “como mucho estaremos en el Festival de Sitges”. Uno podría creer que ese comentario es una burla hacia el mítico certamen fantástico cuando es todo lo contrario. El
Festival de Sitges se ha ido convirtiendo en una especie de contenedor de lujo donde casi todo cabe. Aunque algunos piensan que esto ha sido contraproducente para el evento otros creemos que el festival ha ganado en cuanto a la posibilidad de poder descubrir autores que generalmente son invisibles. El hecho es que en el Festival de Sitges se proyecta una ingente cantidad de películas en diez días. Son casi veinticuatro horas ininterrumpidas de proyecciones, carreras y caos que hace que factores como la resistencia física y mental sean vitales para salir ‘con vida’. Por cuarto año consecutivo viajé al Festival de Sitges para poder cubrirlo y pude volver sano y salvo para contarlo.
• Domingo 13 de Octubre: Bienvenidos a Sitges
Mi llegada a Sitges se produce cuando la edición de 2013 tiene ya dos días de vida. Los ecos de esas jornadas todavía resuenan. El buen sabor de boca dejado por la película inaugural
Grand Piano del alicantino
Eugenio Mira o cómo ha descolocado al personal
Upstream color, la segunda película de
Shane Carruth. También siguen resonando los vampiros de
Neil Jordan (
Byzantium), la interpretación de
Juno Temple en
Magic, Magic, la visita de
Terry Gilliam con su
The Zero Theorem, la nostalgia setentera de
Eli Roth en
The green inferno o la personal visión de Disneyworld de
Randy Moore en
Escape from tomorrow. Eso sin olvidar al maestro
Sion Sono y su cinéfila
Why don’t you play in hell. Todo eso (y bastante más) habiendo pasado sólo dos días. Mucha información para procesar teniendo que dejar hueco en la cabeza para la que viene. Además de todo eso a la misma hora que pongo un pie en Sitges se inicia la primera proyección de
La tumba de Bruce Lee del grupo
Canódromo Abandonado. Una auténtica señal ya que es una película que me acompañará durante todo el certamen y será mi película ‘protegida’.
El centro neurálgico del Festival de Sitges se sitúa en el
Hotel Meliá. Zona de prensa, sitio para comprar entradas, la Sala Tramuntana para eventos y, principalmente, el Auditori donde se puede disfrutar de las películas ‘a lo grande’. Como buen hotel que es sirve de hospedaje para invitados, periodistas y gente de la organización. Un gran hotel. Un caro hotel. Por ello un ‘periodista de guerrilla’ como el que escribe debe buscar otras soluciones ya que en estos ocho días de cine cada euro que salga de mi cartera cuenta. La solución al hospedaje llegó el primer año al encontrar un hotel de precio razonable y trato exquisito al cual he acudido fielmente cada año y se ha convertido en una segunda casa. Además de ser un lugar con gran posición estratégica ya que se encuentra a escasos metros de los otros dos cines donde se proyectan películas en Sitges (
Retiro y Prado). Estrategia es una palabra clave. Porque el Festival de Sitges tiene mucho de batalla donde se pone a prueba tu resistencia física y mental. Por eso cada metro que ganes será un metro que tus piernas sientan menos.
Después de llegar al hotel y establecerse es hora de ir al Hotel Meliá a recoger la acreditación. Desde el centro de Sitges donde se encuentra mi hotel hasta el Meliá hay más de un kilómetro de distancia que te lleva a recorrer casi todo el pueblo. Si a eso le sumamos que es casi todo en cuesta no podemos hablar precisamente de un paseo. Bueno pues esa distancia tiene que ser recorrida varias veces en un mismo día muchas veces sin comer o habiendo dormido pocas horas. Y generalmente en una carrera loca para poder llegar a tiempo a la proyección siguiente que te toca. Pero estamos a domingo y en el horizonte sólo una película. Eso sí qué película. Nada menos y nada más que
The World’s End de
Edgar Wright con la que el director británico cierra la brillante y divertida
Trilogía del Cornetto tras
Shaun of the dead y
Hot Stuff. Una vez recogida la acreditación y habiendo disfrutado del reencuentro con la
playa de San Sebastián uno ya podía disponerse a vivir una nueva edición del Festival de Sitges.
El primer día iba a saltarme una regla (bastante laxa) que tengo como es no ver películas en la última franja de la noche. Las razones son muchas pero la principal es que ya que renuncias a comer con cierta normalidad durante una semana no parece muy conveniente hacerlo también con la cena. Además es preferible pegarse un maratón de películas cuando hay sol que cuando se pone la noche. Pero esta regla algo arbitraria se puede saltar cuando lo que te espera es pasar un rato con alguien que nunca te falla como Edgar Wright. La noche puede merecer la pena si a eso le sumamos como aperitivo un documental sobre
Jesús Franco que se pone horas antes en la Sala Tramuntana.
La última película de Jesús Franco de
Pedro Temboury es un sencillo pero efectivo documental donde diversos colaboradores y amigos del director le recuerdan. Sin duda los inteligentes apuntes que hace
Carlos Aguilar es lo que queda en el recuerdo. Si mi Festival de Sitges se había inaugurado con una sencilla película lo que venía después era la bomba. De hecho era unas de las bombas del festival. Eso sí Sitges puso a prueba la paciencia que hay que tener en este tipo de eventos a la primera de cambio. La agenda marca que
The World’s End empieza a las 22:45 en el Auditori. El sentido común te dice que deberías empezar a hacer cola para entrar a las 22:15. El problema cuando lo segundo se cumple pero lo primero no. Quince minutos después de llegar a una cola larguísima una persona de la organización cuelga un cartel anunciado el retraso aproximado de la película de...¡unos cuarenta minutos! Un cúmulo de sensaciones pasan por tu cabeza y ninguna de ellas es positiva. Te esperan cuarenta minutos de estar de pie, con frío y sin ninguna radio o libro que te distraiga el pensamiento. Delante mía hay un grupo de jóvenes comentando (a gritos) lo mala que les parecieron todas las películas de madrugada del día anterior. Eso sí todos confiesan haberse divertido mucho viéndolas lo que no deja de ser un contrasentido. Detrás de mí varias parejas pasan la espera entre besos y arrumacos. Es obvio que ninguno de los dos grupos hará más amena mi espera. La rendición en forma de regreso al hotel pasa por mi mente pero un nombre frena esa tentación: Edgar Wright. Cerca de la medianoche ya me encuentro en mi asiento en un Auditori completamente abarrotado. Una vez que te encuentras sentado un año más en tu sitio de siempre todo cobra sentido. Y lo es más si tienes ante sí una película tan divertida e inteligente como
The World’s End. Meses después de finalizar el Festival de Sitges la película de Edgar Wright será distribuida de manera vergonzante en España como suele ocurrir con todas las películas del director. No será el único caso. Eso sí el buen sabor de boca que deja la película hace que te olvides de que sales del cine a las tantas de la madrugada, que te queda un largo camino hacia el hotel y que mañana deberás estar despierto a las seis de la mañana. Y que será cuando de verdad empiece el Festival de Sitges para mí.
• Lunes 14 de Octubre: Una tumba hipnótica
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La tumba de Bruce Lee: Seattle en Sitges |
No importa a qué hora uno se haya dormido el día anterior ya que Sitges te reclama bien pronto. Antes de las siete de la mañana hay que estar delante de la pantalla dispuesto a coger entradas disponibles para películas en las que no vale la acreditación de prensa. Y además de estar dispuesto hay que ser rápido ya que esas entradas vuelan en apenas segundos (literalmente). Descansar por la noche no es una opción viable en Sitges. A favor de este sistema, que es algo criticado hay que recordar que el método anterior era hacer interminables colas justo a la hora de comer. Como creo que hacer cola es uno de los grandes males de la sociedad me quedo con el sistema actual. Pues con entradas o sin ellas y con un madrugón que se repetirá prácticamente todos los días comienza el Festival de Sitges.
El primer día en Sitges es tiempo para reencontrarse con sus calles, saber que los restaurantes habituales y fiables siguen en su sitio y volver a ver su playa a la que uno visitará cada vez que acuda al Auditori. Pero este lunes está marcada como un día tranquilo. Un pase relativamente temprano (diez de la mañana) de la nueva película de
Robert Rodriguez Machete Killls resulta un inicio agradable. A pesar de una duración desmedida ver a
Mel Gibson como villano demente hace que merezca la pena y tenga todo el sentido su presencia en el festival. Una de los atractivos más interesantes del Festival de Sitges son los documentales que generalmente huyen del canon habitual. Y habitual suele ser que dos películas interesantes coincidan en la misma franja horaria.
Milius, sobre el gran director y guionista
John Milius, y
Persistence of vision, sobre un proyecto del animador
Richard Williams, rivalizaban en interés y horario en Prado y Retiro. Otro lugar común en Sitges es la coincidencia horaria entre dos películas que además te suelen interesar por igual. Lo que a uno le lleva a estrujarse la cabeza haciendo listas con pros y contras sobre qué película ver. Al final pasará algo absurdo y es que uno se acaba arrepintiendo de la decisión tomada pensando que la película sacrificada sería la más importante de su vida. La personalidad arrolladora de John Milius venció la batalla y acudí sin apenas a comer a ver el correcto documental sobre su vida. Tocaba hacer el trayecto (siempre cuesta arriba) Prado – Auditori esta vez con tiempo de sobra. La próxima película a la que tenía que acudir me había llevado a sacrificar el pase de
Il deserto dei tartari de
Valerio Zurini en la estupenda sección que es
Seven Chances. La película ni siquiera se iba a proyectar en la sala grande del Auditori sino en la pequeña sala Tramuntana dedicada a charlas o encuentros con la gente. Esta sesión de
La tumba de Bruce Lee de
Canódromo Abandonado en realidad era un pase extra para todos los que se perdieron su estreno en Sitges el día anterior. Allí estaba con unas diez o quince personas dispuestas a ver una película financiada por
crowfunding por un grupo del que sólo conocía por algunos videos y por tener el mejor nombre artístico de la historia. Al final
La tumba de Bruce Lee resultó un viaje hipnótico, fascinante y a su manera divertido en una Estados Unidos irreal. El festival de Sitges con mucha gente y muchas películas puede ser un sitio cruel y así trató a la película de Canódromo Abandonado. Quizá eso también influyo en que la película de
Julián Génisson,
Lorena Iglesias y
Aaron Rux fuera la película que defendería a capa y espada.
Juan Cavestany presentó en el entorno de un festival de corte fantástico la película más certera sobre un país (España) hundido en la miseria
• Martes 15 de Octubre: Gente en Sitges
Ya no hay medias tintas. Hoy toca un día completo con películas a todas horas y con la clásica carrera que te obliga a recorrer Sitges para llegar a tiempo a la siguiente película. Tener un día completo te lleva al madrugón habitual, un desayuno rápido y acudir al Auditori a la primera sesión de las ocho y media de la mañana (glups). Eso sí antes habiendo hecho la correspondiente cola que puede ir entre los quince y veinte minutos. Dado que era el primer contacto con la fatídica hora de las ocho de la mañana se agradeció reencontrarse con el agradable (y breve) absurdo de
Quentin Dupieux con
Wrong cops. Un aperitivo para el plato fuerte que era la película siguiente el
Sólo dios perdona de
Nicolas Winding Refn que había sido machacada en el Festival de Cannes meses atrás. Los que sospechábamos de esos ‘reproches franceses’ teníamos razón ya que la película de Winding Refn lucía en todo su esplendor en la pantalla grande del Auditori. Toda la majestuosa paleta de colores que tenía la película (que acabó ganando el premio a la mejor fotografía por el trabajo de
Larry Smith) coordinaba perfectamente con la violencia y sequedad de su historia. Una maravilla que ejercía como siniestro complemento de
Drive. Curiosamente la película de Winding Renf no se libró de los pitos tampoco en este festival. Sitges no perdona. Pero no tocaba pensar ahora en eso sino en salir corriendo para después de pasar por el cementerio y playa de Sant Sebastiá y recorrerse todo Sitges para ponerse en la cola del Prado. La cita es con otra de las películas más esperadas del certamen como es
Gente en sitios de
Juan Cavestany. En una sala a reventar (en realidad como todos los pases) como con la cinta de Winding Refn no hubo decepción posible. Cavestany había reflejado la España moderna mediante una serie de secuencias brevísimas que hablaban sobre la raíz del absurdo español. Y en Prado vi una de las ovaciones más sinceras que se dio en todo el festival.
Con tres películas, un par de carreras y la hora de comer amenazando lo razonable sería alimentarse. Pero lo razonable y estar en el festival no son cosas que siempre vayan juntas. Comer en Sitges siempre es una cuestión de equilibrio entre la agenda que tengas y la economía que dispongas. Lo primero siempre muy lleno y lo segundo bastante vacío. Con el estomago rugiendo toca una nueva carrera hacia el Auditori para ver la nueva película de
Ben Wheatley que tan buen sabor de boca había dejado en anteriores ocasiones. Esta vez ocurriría lo contrario con
A field in England. A pesar de tener algún momento fascinante desde mi asiento habitual del Auditori puede más la pereza que da ese viaje en blanco y negro que nos ofrece Wheatley. Está claro que A field in England es una llamada a mi cabeza para comer y algo y descansar para el último envite del día que era la sesión en pase único de
Enemy de
Denis Villeneuve. Con el Auditori a reventar otra vez la película dejo un buen sabor de boca en especial por esa dupla de rubias maravillosas que forman
Mélanie Laurent y
Sarah Gadon. A pesar de su buen recibimiento la película no tendrá su estreno comercial en España hasta cinco meses después de su paso por Sitges. Un problema que se repite año tras año en este y otros festivales es que la mayoría de películas que se ven en el certamen jamás se estrenan en las salas españolas y los que lo consiguen lo hacen meses después. Con lo cual uno se encuentra con el panorama de hablar y recomendar sobre películas a gente que no tendrá oportunidad de verlas en un presente cercano. Una llamada de atención para que los caminos de la distribución cinematográfica cambien.