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El cerebro de Nolan, siempre activo y aparentemente frío (¿seguro?), quiere demostrar que su exhibición de la técnica está a la altura de su capacidad para emocionar. La emoción de Interstellar se sitúa en varios frentes: las relaciones padre-hija rotas por la distancia y el deber, el monologo de Anne Hathaway equiparando el amor a la ciencia (¡dicho por una científica!), el amor por esa tierra (el planeta y la materia) que está abandonando al ser humano... Y, obviando algún sentimentalismo de más, Interstellar logra epatar y emocionar casi de la misma manera. Una película que es un reto para el cerebro y el corazón del espectador. Una película que no quiere ni puede obviar su parte espectacular (la escena del acoplamiento) pero que tampoco quiere bajar su nivel de realismo (el sencillo diseño de los robots, la suciedad del traje de los astronautas...). Película de aventuras, realismo social, ciencia avanzada, película del espacio, drama familiar... todas esas películas y alguna más están en Interstellar. No en vano su climax final se resuelve en una mezcolanza de amor fraternal y física que puede indigestar a unos y levantar la ovación de otros. Por ello Interstellar no es una película sencilla de digerir en un primer pase. Si referentes claros de Interstellar como 2001: Una odisea del espacio o Solaris son películas que necesitan más de una visión para comprender su grandeza lo mismo pasa con la película de Nolan. Si es un clásico lo decidirá el futuro. Ahora mismo sólo se puede celebrar la existencia de una película tan gigante, compleja, adulta y extraña como Interstellar.
Su cine está más cerca de la prosa que de la lírica, pero nunca se había entregado tanto a la poesía audiovisual como en algunos fragmentos de esta obra mayor, tan arriesgada y heroica que parece casi la ópera prima de un novato con mucho que demostrar, en lugar de lo nuevo de un cineasta al que muchos presuponían apoltronado
Interstellar recoge los testigos de Steven Spielberg, Andrei Tarkovsky y Stanley Kubrick sin renunciar al espectáculo cinemático habitual en el director de El caballero oscuro, y aunque a veces puede llevarnos por el sendero de la frustración y el empacho, incluso la ambigüedad, su último, interesantísimo largometraje -para este crítico el mejor de cuantos ha realizado- es infinitamente ambicioso: cerebralmente desafiante y emocionalmente satisfactorio
Desde el primer fotograma, la idea es convertir la superficie de la pantalla en el escenario de un sueño. Se trata de transformar la sala de cine en ese mismo agujero negro de antes para sencillamente transportar al espectador, y en un instante de cine inteligente y espectacular, al otro lado
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