19 febrero 2015

Opinión: La gran belleza o la vergüenza de una sociedad 'moderna', por Patrick Vidal

Hace unos días visioné una película del 2013 de Paolo Sorrentino. La grande bellezza se titula. Para empezar escribiré que me parece una de las películas más importantes de los últimos tiempos por diversos motivos: por un lado, visualmente y técnicamente, siendo arriesgada la propuesta en estos dos términos, ya que es un auténtico espectáculo. La suavidad de los planos secuencia, la estética sublime, los cambios de ritmo en el discurso técnico, y el mantenido discurso cinematográfico. La gran belleza te hipnotiza y te atrapa de entre sus fotogramas, que uno a uno van consiguiendo que tu mirada se funda con la pantalla, donde todo parece precipitarse en una sola dirección, la del director, la de la película, la de los personajes. Todas las miradas confluyen y es por ello que el milagro cinematográfico atisba en muchos de los momentos que nos ofrece el metraje. Además está el mensaje, la información que se nos da, la filosofía que desprende esta magna obra de Paolo Sorrentino, y que tiene que ver también con lo recién expuesto.
 
En este sentido pondré en antecedentes al lector. Cada plano posee un gran valor durante los 142 minutos de película, por lo que no desmerece en nada el hecho de que yo personalmente no trate plano por plano el asunto. Dicho esto, destacaré que uno de los puntos de arranque importantes del filme que nos ocupa es la fiesta del 65 cumpleaños de Gep Gambardella (Toni Servillo), nuestro protagonista, un escritor frustrado y acomodado en la ciudad de Roma los últimos 40 años de su vida, y que se encuentra trabajando como periodista en una editorial de altos vuelos de Roma. Grosso modo, conforme van pasando los minutos, vamos conociendo el círculo de amigos y colegas de Gep, que pertenecen a una clase alta burguesa que se encuentran al borde de la desesperación. Asistimos con esta película a la pérdida de la razón mediante la razón y a la pérdida de la moral mediante la moral. Una sociedad paradigmática de los tiempos que corren, moralista, y que ven su vida pasar entre fiesta y fiesta y, de rato en rato, ponen a parir a los demás como si ellos estuvieran por encima de todo.
 
¿Por qué es tan importante esta película? Sencillamente, porque supone una durísima crítica a la sociedad capitalista y al ser humano. Además, pone el dedo en la llaga constantemente sin cuestionar directamente el modus vivendi de los personajes que observamos. Simplemente nos lo muestra, y lo que nos muestra transmite un perturbador desasosiego al espectador por aquellas insignificantes vidas. ¿Qué somos? Nada ¿Hacia dónde vamos? Hacia ninguna parte. ¿Qué nos importa en esta vida? Nada. Siempre se llega a la misma conclusión, la nada. Todo lo que ocurre en el día a día es insulso, vacío, sin sentido. Nuestros personajes en la película están vacíos y solos, se encuentran en la más extrema soledad aunque siempre anden acompañados. Es la perdición más absoluta. En cierta manera el cine de Sorrentino en La grande bellezza está honrando el cine del neorrealismo italiano más brillante. ¿A quién no le puede recordar por momentos La gran belleza a La dolce vita de Fellini? También es deudor de un cine crítico y responsable como lo era el de Pier Paolo Pasolini. Este último fue el que mejor explicó la situación psicológica, sociológica y, en definitiva, humana de la sociedad italiana de la 2ª mitad del S. XX. Y haciendo un paralelismo con lo que nos mostraba Pasolini, en la actualidad, todas las aristas negativas de aquella sociedad de los 60 y 70 se han agudizado en su problemática fundamental hasta el extremo. Una sociedad actual, podríamos decir que regida y dominada por un sistema cruel y despiadado que nos controla mediante un método casi automático basado en el consumismo y que fomenta irremisiblemente la creación de falsas necesidades que “necesitamos” al instante. Y los olvidados -como el revelador filme de Buñuel de 1950-, los marginados, los que se hayan en el lado oscuro y oculto de la luna, esos no se ven y no son atendidos. Seguiremos diciendo que las clases medias imitan a la clase alta en una suerte de costumbres que nos hacen olvidar de donde venimos y hacia donde vamos dentro de este camino finito que se nos presentó cuando vimos la luz por primera vez.

El pesimismo de Sorrentino debiera servir como un toque de atención a la sociedad de hoy, porque vamos camino de la desintegración personal

Por ello es importante, claro que lo es, cuando Gep Gambardella, llegado a un punto, nos dice “ya es hora de que haga lo que yo quiera”. ¿Qué ha estado haciendo Gep los últimos 40 años en Roma? ¿De qué le ha servido todo ese tiempo? El pesimismo de Sorrentino debiera servir como un toque de atención a la sociedad de hoy, porque vamos camino de la desintegración personal. Todos los avatares de la historia de La gran belleza llevan al mismo sitio. Gep se encuentra congelado, maniatado, inmovilizado, y es consciente de ello. Nunca volvió a escribir desde que lo hizo para publicar su primer libro. Por otro lado, existen momentos memorables como cuando en un cóctel con la jet set, Gep pretende hacerle una pregunta relacionada con la Fé y de cierta profundidad a un cardenal del Vaticano que aspira al solio pontificio, y este no llega ni siquiera a contestarle, yéndose de allí porque le llamaban para ver una mofeta que se encontraba revoloteando por el bosque. Otra vez la respuesta es la nada. Nadie va hacia ninguna parte, nadie hace nada.

El contraste que sugiere Sorrentino parte de la actualidad, donde efectivamente el ser humano se cuestiona poco, creando un abrupto mundo a su alrededor donde reina la soledad e incomunicación. La falta de entendimiento, provocado por una falsedad, por una imagen que nos creamos de nosotros mismos que no se corresponde con nosotros mismos, hace que el ser humano se pierda en un último instante. El individuo como posibilidad del todo, y la sociedad como límite del propio individuo, incapacitándolo por completo, paralizándolo. Y todo ello en contraposición a momentos pretéritos. Lo primero que se nos viene al pensamiento es la época del renacimiento, donde el hombre era la medida de todas las cosas, donde se recuperaba el clasicismo por ser perfecto en su justa medida, entroncando directamente con la filosofía del humanismo, donde el ser humano, el individuo, es lo más importante junto a su capacidad para hacer el bien y ayudar a los demás, siempre en sintonía con la naturaleza, intentando crear un genio y una personalidad destacable en cada persona que profesa o se expone a una educación o sociedad humanista y, por tanto, renacentista. Porque… ¿cómo se podría observar si no esta etapa como un renacer del ser humano?, un “aquí estoy yo, y no solo estoy orgulloso de lo que soy, si no que te lo quiero mostrar para que lo valores a tu juicio”. Quizás esta es la forma, el método que más ha ayudado a lo largo de la historia y que más podría ayudar, pero por desgracia, estamos muy lejos de conseguirlo.

Así que empatizamos con Gep observando su incapacidad -un hombre puramente humanista en esencia, consciente de la mundanidad que se vive hoy en día- para ser coherente con lo que Es. Él no puede serlo, ya que es tan humanista -tan renacentista como el Hombre de Vitruvio- que participa de la sociedad que le rodea y esta le incapacita de manera que en él mismo se crea la sensación perpetua de frustración e impotencia. La comodidad que en teoría vive es una comodidad que lleva a la angustia, al hastío. No queda claro si encuentra la solución, él lleva toda su vida en busca de La gran belleza, por eso llegó a parar a Roma 40 años atrás, pero sin embargo jamás la ha encontrado, y este es el motivo por el que no ha vuelto a escribir. Todo es tan absurdo, todo tiene tan poco sentido, que ¿para qué va a escribir? Roma le desilusiona, y lo ha intentado muchas veces sin éxito, le da una oportunidad detrás de otra  a la “bellísima” ciudad de Roma, pero esta no demuestra lo que necesita de ella.

Y finalmente, parece ser que son las raíces, ahí reside la piedra filosofal de la cinta de Paolo Sorrentino. Él ya no hacía el ejercicio de recordar las raíces, sus raíces. Por ello, la nostalgia juega un papel importantísimo en el lenguaje de este filme, y es que la máxima de que cualquier tiempo pasado fue mejor, nos sirve para explicar esto a la perfección. Pero no exactamente cualquier tiempo pasado, ojo, cualquier tiempo pasado antes de llegar a Roma. La felicidad, la tranquilidad, la bondad, el amor, la paz, la satisfacción, el placer, no se encuentra en un lugar idealizado en concreto, si no que se encuentra en un momento concreto. Da igual dónde esté Gep, no tiene por qué encontrar la gran belleza en Roma, esa Gran Belleza puede encontrarse en cualquier otro lugar y, sobre todo, en cualquier otro momento.

“Siempre se termina así, con la muerte. Pero primero, ha habido una vida escondida bajo el bla bla bla bla, todo está resguardado bajo la frivolidad y el ruido, el silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo, los demacrados e inconstantes destellos de belleza, la decadencia, la desgracia y el hombre miserable, todo sepultado bajo la cubierta de la vergüenza de estar en el mundo bla bla bla bla. En otros lugar hay otras cosas, a mi no me importan los otros lugares, así pues, que empiece la novela. En el fondo es solo un truco, si, solo es un truco.”

Gep Gambardella
   
  Patrick Vidal  @patrickvid es licenciado en Historia

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