Aibar, que venia de rodar cortos como Chihuhua o Lo que vio el jardinero, se encontró con un rodaje infernal: problemas ecónomicos, logisticos, retrasos, la muerte por enfermedad de Félix Rotaeta... Gracias a su empeño, el del equipo y a esos milagros que suceden en el cine Atolladero se pudo acabar para ser estrenada dos años después, en 1997, y ser vista por apenas unos quince mil espectadores. Hoy Atolladero ha pasado de ser un film maldito a uno de culto, aunque lo más importante es que nos descubrió a un autor cinematográfico original y con una mirada autoral y personal.
Las secuelas de Atolladero hicieron que tardáramos unos años en ver la siguiente película de Aibar, aunque cuando lo hicimos la espera mereció la pena. Platillos volantes, película producida por Pedro Costa y basada en el caso real del suicidio de unos vecinos de Terrassa aficionados a la ufología, es hoy un pequeño clásico del cine español del siglo XXI. En ella podemos encontrar esos personajes tan Aibar que están por toda su filmografía y que beben del cine español de los años cuarenta o cincuenta: perdedores y supervivientes, pero retratados con cariño y compasión.
Reducir a Óscar Aibar a Atolladero y Platillos volantes es injusto y erróneo. Toda su obra filmografía posterior — La máquina de bailar, El gran Vázquez, El bosc y El sustituto —, su película para TV3 basada en un relato suyo — Rumors — o su trabajo en la serie Cuéntame cómo pasó, constatan una carrera coherente y personal. Así como su obra literaria con sus novelas Los comedores de tiza y Making of — narración ficcionada del rodaje de Atolladero —o el libro de relatos Tu mente extiende cheques que tu cuerpo no puede pagar.
Hoy Vivir Rodando, con la presencia del propio Óscar Aibar, repasa la carrera de uno de los creadores cinematográficos tan orginal y personal como querido por una parte de los espectadores del cine español.
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