17 diciembre 2022

/ VR159 / Cine de culto: Una etiqueta ambigua e indescifrable

El lenguaje suele abusar de ciertas calificaciones o etiquetas para definir algunas cosas. El arte y, por supuesto, el cine, es una de las principales victimas de esta corriente. Seguramente todos, seamos aficionados o profesionales, en algún momento de nuestra vida hemos calificado a una película como de culto. Y puede que lo hayamos hecho de forma automática y sin reflexionar mucho sobre el término porque seguramente hayamos emitido en ese calificativo o películas pequeñas, grandes, que fueron un fracaso o un gran éxito en su momento, de cualquier género y nacionalidad.

La cuestión es, ¿exactamente qué es una película de culto? La respuesta es difícil y ambigua, básicamente porque nadie lo sabe... o todo el mundo cree que lo sabe. Generalmente muchos adjudican el término culto a una película que no ha tenido mucha repercusión en su día y ha sido reivindicada con el paso de los años. En este saco podrían caer películas muy, muy pequeñas como Carnival of Souls o Detour, por ejemplo. Pero también podríamos añadir largometrajes grandes que han sido fracasos por el mal recibimiento que han tenido por parte de la crítica y el público. Pero, ¿en qué momento estas películas se convierten en obras de culto? ¿Cuánta gente es necesaria para elevar una película a esa categoría? ¿Cuánta minoría es una minoría?

Por otro lado, una película de culto no tiene que ser un fracaso. El culto, según la RAE, puede ser la admiración afectuosa de que son objeto algunas cosas. El culto puede ser el estudio detallado, pormenorizado e incluso obsesivo de una sentido, y tiene todo el sentido que sea de una obra con un gran éxito popular como, por ejemplo, Star Wars, El padrino o Pulp Fiction. Una serie de trabajos que fueron un gran éxito desde el minuto uno y que siguen siendo objeto de estudio y obsesión.

También hay cineastas cuya obra entera puede ser considerada de culto, ya sea por su rareza, coherencia o cualquier otro motivo. Un aficionado puede considerar que Takashi Miike, Javier Aguirre, Jim Jarmusch, Hal Hartley, Dario Argento, Mario Bava, Gonzalo García Pelayo o Juan Cavestany, entre otros muchos, pueden ser directores de culto. O alguien puede escoger una parte de una filmografía de un cineasta: la parte final de la Coppola, los pastiches de Hitchcock de De Palma, Showgirls y Starship Troopers de Verhoeven... También podríamos pensar en la única película de Charles Laughton, las dos de Santiago Lorenzo o las primeras de Gonzalo Suárez.  ¿Por qué no hablar de un actor también? ¿Acaso una buena parte de la filmografía de Adam Sandler o Jean-Claude Van Damme no es culto? ¿O intérpretes como Luis Ciges o Crispin Glover no son de culto? Por no hablar de filmografías africanas o asiáticas, tantas veces poco observadas por la mirada occidental.

Aquí hablamos de una mirada subjetiva, porque el culto, lo que uno admira, a lo que uno le fascina o en lo que uno cree, es cosa de cada uno. Hoy, en el último programa del año de Vivir Rodando y con la presencia de Javier García-Herrero y Pepe Aracil, discutimos para no llegar a ningún lado sobre la etiqueta cine de culto.

Dar las gracias a los veinte invitados que han pasado por el decimoquinto año de emisión de Vivir Rodando: Óscar Aibar (VR150), Javier Díez Ena (VR144), Ángeles Gómez (VR143 / VR158), José Luis Salvador Estébenez (VR154), Pepe Aracil (VR146 / VR149 / VR152 / VR157 / VR159), Leonor Díaz (VR143), Mar Valldeoriola (VR148), Javier García-Herrero (VR146 / VR149 / VR159), Sento Oncina (VR153), Èrika Sánchez (VR148), Fran Ortiz (VR152), José Cámara (VR143 / VR147 / VR158), Santiago Fillol (VR145), Jordi Costa (VR142), Nacho Gonzalo (VR155), Ane Ferreiro (VR151), David Romera (VR141), Chema García Ibarra (VR143), Meritxell Colell Aparicio (VR156) y Merche Montero (VR147).

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