Un dios salvaje podría ser una formula química cinéfila. Si sumamos un buen texto, magníficos actores y un director que sabe lo que se hace el resultado se aproximaría a la nueva película de Roman Polanski. Consideraciones aparte Un dios salvaje es un goce para los sentidos cinéfilos y artísticos ya que en apenas hora y cuarto jamás rebaja un ápice su tensión, inteligencia y sentido del humor (negrísimo). Si uno se pone pejiguero puede atribuir todo el talento que supura Un dios salvaje al asombroso texto de Yasmina Reza y dejar de lado no sólo el trabajo de Polanski sino el de todo su equipo. Pero eso sería injusto además de algo miope.
En Un dios salvaje Polanski demuestra lo bien que se mueve en espacios cerrados (Repulsión, La semilla del diablo...) mostrando la acción en apartamento pijo burgués que nos podria llevar al edificio Dakota en 1968. Allí Polanski les da su espacio en un sitio cerrado para que los personajes se enfaden o desesperen con total libertad. El juego de planos y contraplanos demuestra la sabiduría que tiene el director polaco para lograr que la historia tenga un asombroso ritmo interno. Y algo aparentemente tan simple como el vestuario de la mítica Milena Canonero ayuda a que conozcamos más a los protagonistas de la película. En Un dios salvaje lo mínimo es lo máximo. Punto y aparte son las interpretaciones. Es obvio que si juntas a Kate Winslet, Christoph Waltz, Jodie Foster y John C. Reilly con un texto tan potente como el de Yasmina Reza el resultado sea excelente. Pero esperándolo y todo es apasionante como los cuatro interactúan como si llevaran haciendo la obra durante años y asumen sus papeles de hipócritas de clase media-alta como si fueran ellos mismos. Los cuatro evitan la sobreactuación y el exceso olvidando cualquier marca barata de actores "del método". Esta naturalidad se logra por la cercanía que uno siente con los personajes de Reza. Un dios salvaje habla de la superficie barata y falsa (palabra muy utilizada en la película) que el aparentemente civilizado mundo occidental se ha creado. Todo fachada. Como casi todo.
. De niños y monstruos (Lluís Bonet Mojica, La Vanguardia)
La violencia oculta que anida en ambas parejas se asoma al exterior superando a la de sus propios hijos. Con cuatro actores de presencia constante en una acción que, cabe repetirlo, transcurre en tiempo real
. El baile de las máscaras (Marc Muñoz, El destilador cultural)
Un brillante y potente tema, con ingenioso uso de los medios al alcance para proyectarlo, que sin embargo, se ve aquí adolecido por los baches en el trayecto, por los pequeños giros que hacen avanzar la trama e inmovilizan a sus personajes en ese comedor/salón de combate/desván psiquiátrico
. El divertido y genial vómito de Polanski (Luís Martínez, El Mundo)
A un lado lo oportuno de un guión basado en la obra homónima de Yasmina Reza que no deja ni prisioneros ni heridos (sólo exquisitos cadáveres), la maestría del director consiste en transformar un texto teatral en otra cosa
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