Siempre he tenido muchas ganas de ver algo que uniera dos de mis pasiones favoritas: cine y deporte. Recuerdo que siempre oí que la película Los búfalos de Durham era “una de las mejores historias sobre deporte que había dado el séptimo arte”. Caí y me dispuse a verla. Creo que todavía puedo oír los bostezos que di al ver la película de Ron Shelton por muy fascinante que estuviera Susan Sarandon. Después de muchas vueltas pude llegar a una conclusión, el cine no ha sabido reflejar como es (o puede llegar a ser) el deporte.
El cine ha utilizado sus mecanismos para engañar y trampear logrando mostrar un deporte artificial, hueco y manipulador. Ahí tenemos esas remontadas absurdas, las relaciones ficticias entrenador-jugador y esos deportistas cuyo cerebro no supera al de un mono (aunque en esa parte quizá no vayan muy descaminados). No se reflejaba el nervio, la tensión, la corrupción y lo majestuoso que puede llegar a ser el deporte. Lo mejor y lo peor. Tuvo ser Oliver Stone con su estilo siempre al límite, él que nos enseñara como respira el deporte en Un domingo cualquiera. O mejor dicho, el deporte profesional.
Un domingo cualquiera se enmarca en el mundo del fútbol americano. Pero podría hacerlo en el del baloncesto, voleibol o billar. Cualquier deporte con un mínimo de profesionalización. Stone se mete hasta el más pequeños rincón de los vestuarios, observa con detenimiento la última gota de sudor de los jugadores con un sencillo objetivo. Mostrar las cosas tal y como son. Y por supuesto no es algo agradable. Corrupción, presión infinita a los jugadores, fiestas salvajes de estos mismos... el mundo de algo que mueve tanto a las masas como el deporte ni es ejemplar ni es bonito. Hay padres que quieren que sus hijos sean estrellas de un equipo de fútbol o basket para quitarse sus complejos de fracaso. Allá ellos. La realidad que muestra Stone no sería mi mejor deseo para mi hijo.
¿Y el deporte? ¿Dónde queda el juego? Stone hubiera sido un cínico si sólo hubiera mostrado una parte. Por muy podrido que esté todo al final todo se resuelve en la cancha de juego. Talento, habilidad, algo de suerte... el deporte es deporte por mucha tontería que tenga alrededor. Y eso lo rueda Stone como nadie podría hacerlo. Sentimos los golpes, la presión o el miedo al fracaso que sienten los deportistas profesionales que saltan a cualquier cancha. Porque lo que para nosotros es Un domingo cualquiera para ellos es donde se juegan el pan. Y eso la película de Oliver Stone lo transmite como (casi) ninguna otra. El deporte, ese mundo extraño, absurdo y fascinante que tiene en Un domingo cualquiera uno de sus mejores espejos.
3 comentarios:
No he visto "Un domingo cualquiera" pero hablando del deporte en el audiovisual, TENGO que recomendarte si no has visto Friday Night Lights. Es MARAVILLOSA.
Quería haber visto la película de nuevo antes de comentar pero me ha sido imposible. Teniendo en cuenta que la vi de estreno es evidente que recuerdo más bien poco. Sí tengo la idea de que me gustó mucho su estética de videoclip y me fascinó un Dennis Quaid que empezó a llamarme la atención.
Bastantes veces después he visto a Tony D´Amato en ese discurso "pulgada a pulgada", el momento épico que no podía faltar
De paso lo dejo y en versión original, que gana mucho,
http://www.youtube.com/watch?v=aor6dFeOwjA&feature=related
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